Pese a sus gordas caderas y a su cuerpo tosco y sufriente de fregona, la noche de entrega de los Oscar, Ramona, (que así se llama la doméstica) baila en un número musical, y luego de un rato, hace su entrada con un rutilante vestido y de la mano de Pavarotti, para anunciar el premio al mejor film extranjero del año.
Todas las mañanas, a las seis y media, Ramona llega a su trabajo, se pone las botas y el uniforme, y lampazo en mano recomienza su inagotable tarea. Asiste a mas de una casa. En total sirve en siete, una por cada día de la semana y desde tiempos inmemoriales. Pero hace rato que nota que las patronas la miran con cierto recelo, los patrones con algo de libidinosa admiración, y que los niños le hablan en un idioma que solo entienden los niños de las patronas, que nacen con los ojos pegados a una pantalla.
Ante tales cambios Ramona sube los hombros hasta las orejas, y continúa con su trabajo tarareando bailanta.
Las familias burguesas que tienen como común denominador a Ramona trabajando en sus hogares, se reúnen para comentar entre sí la alucinación que padecen... Que a este punto no es la locura de uno solo, sino una alucinación colectiva!... "Demasiadas horas de televisión, demasiadas deudas, demasiado stress, la culpa la tiene el ajuste económico del gobierno..." Todos convienen en estos tópicos, pero para ninguno son suficientes...
Nadie le dice a Ramona nada sobre el fenómeno. Ramona continúa trabajando silenciosa, respetuosa y diligente para sus patrones de la zona residencial, que ya no solo la ven en televisión todas las noches, sino que hasta graban los programas en los que aparece, guardando las cintas en las cajas fuertes del banco, atesorando (desconozco para qué) las pruebas del terrible y enloquecedor fenómeno.
Encabezados por la tintineante Sra. de Peralta, los burgueses elucubran un plan de seguimiento de Ramona en horarios fuera del trabajo. El seguimiento dura una semana de ininterrumpida ausencia de la empleada en la televisión. Las conclusiones que extraen de tal tarea son las que a continuación se detallan:
Ramona deja el lampazo a las cinco de la tarde, cuelga el uniforme,
cobra las horas de trabajo, toma en la esquina el colectivo 132 que va a
Villa Elisa, baja del transporte público en medio de la ruta, avanza por un
camino de barro, entra en una villa miseria y camina hasta la casilla 345,
a la sazón su hogar, donde la espera el triple de trabajo que en casa de
sus patrones. Luego de tomarse unos mates, Ramona lava la ropa de sus diez
hijos, atiende a su anciana madre, da de comer a una docena de nietos, y
cae rendida a las once de la noche. En el lecho la espera su décimo tercer
esposo y/o concubino, hombre este que por mas castigado que parezca dadas
las condiciones de vida infra-humanas, y a pesar del ambiente poco propicio
de la casilla de chapa, madera y piso de tierra, se transforma al final del
día en un verdadero semental y/o desaforado latin lover.
(Nota: Esta última constancia trae como consecuencia los mas variados
reproches de las señoras burguesas contra sus burgueses esposos, y potencia
la envidia de ellas hacia su mediática empleada.)
Hartos los patrones de escudriñar la fangosa, deprimente y poco interesante vida de Ramona, abandonan la persecución en conjunto; y a partir de ese momento, esa misma noche, ven a Ramona en el noticiero de las 9 sentada al lado de Madeleine Albright en la Asamblea General de Naciones Unidas, y más tarde en la Conferencia del Grupo de los 8.
Gustavo Daniel Arias, Argentina © 1999
garias@fibertel.com.ar
Comentario del autor sobre el cuento:
Desearía que mi cuento hablara por sí. Comentar tan sólo una versión de su significado, sería quizás establecer una regla que impediría la alternancia de otros. Mas aún teniendo en cuenta que tan sólo soy el autor del cuento, y me está vedada la jerarquía del lector libre. Generalmente la visión mas limitada de una obra es la de su propio autor.
Hecha la salvaguarda, podría decir que quise narrar un fenómeno causado por la ruptura de la delgada capa que separa la realidad-real de la realidad virtual. En el caso que me ocupa, un elemento del mundo real invade la virtualidad.
Una respuesta carece de relevancia si agota la reformulación creciente de las preguntas. Convendría entonces terminar el comentario con una pregunta para salvar las poquitas líneas de mi cuento de cualquier dictamen inapelable: en una sociedad mediatizada, ¿qué es el anonimato?
Sin embargo, se me ocurre agregar lo siguiente: a tres años de haber escrito este cuento, recuerdo una frase de Warhol, que probablemente tendría que haber encabezado el texto: "Algún día, cada ser humano tendrá quince minutos de fama."
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